Imagen Vía Berlín
IAAF
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Mientras la televisión
transmite horas completas con deportes olímpicos; y nosotras/os discutimos
sobre deportes que en realidad no terminamos de entender, pero lo hacemos
apasionadamente para no desentonar, poco (o casi nada) se habla de algunas
prácticas instauradas por el Comité Olímpico
Internacional (COI) donde
las políticas de género todavía se demuestran atrasadas.
La división deportiva
mujer/varón de las prácticas, entendida sobre una diferencia física y
biologicista, se pone en jaque cuando entran en competencia atletas trans
o intersex. Lo que genera que se discutan construcciones sociales y culturales.
Desde los Juegos Olímpicos realizados en México (1968), el COI aplicó un “test
de feminidad”, que tiene como primeras (e inocentes) intenciones evitar que
varones se hagan pasar por mujeres para competir y sacar ventajas en los
circuitos femeninos. Este test se aplica únicamente a mujeres que no sólo por
sus resultados, sino también por su aspecto físico, resulten de alguna manera
fuera de los parámetros establecidos y reconocidos
socialmente.
A partir de Sidney 2000, el test dejó de ser obligatorio, para
pasar a realizarse sólo en casos de que haya sospechas en los resultados
obtenidos en las competencias. Esto genera una discriminación e
invisibilización hacia las personas trans, y discute la “femineidad” de
las mujeres dentro de parámetros culturales, por fuera de lo deportivo.
El Comité Olímpico
Internacional busca establecer parámetros de “normalidad” dentro de las
categorías deportivas en disputa; una normalidad entendida desde un punto
heteronormativista y binario. Las/os atletas que hayan modificado su identidad
de género, deberán acoplarse a transformaciones quirúrgicas que incluyen la
modificación genital; el reconocimiento de esa identidad adoptada por las
instituciones jurídicas de cada país; y la administración de un tratamiento
hormonal que reduzca al mínimo las diferencias corporales.
A pesar de los avances
en materia de derechos conseguidos por los movimientos de mujeres y colectivos
trans, lo deportivo todavía merece darse espacios de discusiones donde se
pongan en perspectiva estos temas. Tanto para visibilizar e incluir a las
personas trans que participan, como para colaborar con el desandar de las
construcciones sociales que nos definen como mujeres y varones.
Sobre todo, porque el deporte es un espacio de
inclusión, respeto y solidaridad para todas y todos.-
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